Presentación de Gabriel Ianni**
Quisiera comenzar esta presentación con una conocida cita de Winnicott: “Jugar a esconderse es un placer. No ser encontrado es una catástrofe”.
El interesante relato clínico que comparte hoy con nosotros Rodrigo Bilbao es el de ¿qué digo aquí? ¿una mujer de 22 años…una niña de 22 años? que a los 16 sufre una crisis de ansiedad, con alteración del sueño y pérdida del apetito, “se me quitaron las ganas de comer”, dice. Y agrega: “no sé qué piensan los demás de mí… van a percibir mis fallos”.
Rodrigo nos cuenta que cuando Leonor amplía su mirada más allá de la adolescencia se encuentra con una niña asustada y temerosa. Asediada por terrores nocturnos intentaba buscar consuelo y refugio en unos padres, que lejos de consolarla le trasladaban la responsabilidad de resolverlos sola. Y lanza, en sesión, un pedido, que podemos entender en clave transferencial: “necesito personas en mi vida que me hagan sentir segura y valorada”. Leonor tiene, además, una sensación de no entender a los demás, “no tengo los códigos sociales ¿dónde se me perdieron?” se pregunta angustiada.
¿Alguna vez los tuvo, podemos preguntarnos nosotros? ¿Alguna vez se los aportaron? Comprender el mundo que nos rodea, comprender el mundo de los otros surge de la empatía, de la capacidad del yo de abrirse al encuentro con los objetos que están más allá de nosotros mismos, del deseo y la necesidad de aprehenderlos. Podríamos decir que surge de la incorporación de haber sido mirados y de cómo hemos sido mirados. Mirados, comprendidos, pensados.
Poco sabemos de la relación con su madre, pero una frase resulta por demás elocuente: “no me das molestias, pero tampoco alegrías”
En la conceptualización que Winnicott hace de la función del rostro de la madre podemos diferenciar dos dimensiones que se complementan: la mirada y el reflejo. La mirada materna nos aporta una confirmación de nuestra propia existencia. Si lo pusiéramos en palabras, diríamos: “cuando me miran y cuando miro, se me ve, por lo tanto, existo”. Insisto, a través de la mirada de quien nos mira percibimos nuestra propia existencia: Me mira, ergo, existo, parafraseando a Descartes. Si quien nos mira refleja nuestro estado interior sin aportar intrusivamente su propia subjetividad, el sujeto puede ser y hacer real su propio gesto espontáneo y no reaccionar defensivamente ante las premisas ajenas. Mirada y reflejo constituyen un encuentro fundante de la subjetividad. (Juan del Olmo)
¿Por qué la cita inicial de Winnicott? Porque en mi opinión, Leonor necesita ser encontrada. Necesita ser encontrada para existir. Para Winnicott lo opuesto a Ser es Reaccionar. Leonor reacciona ante un mundo que no comprende, reacciona o se repliega ante un mundo que siente hostil, vive en un mundo que la invade. Tal vez aquí podamos encontrar las claves para comprender su ansiedad, sus temores, su falta de apetito. Leonor no parece vivir en un mundo rico ni apetecible, sino en un mundo que rechaza por resultarle tóxico e indigesto.
Permitidme una breve reflexión. Winnicott introduce el concepto de holding para referirse a aquella función facilitadora y específica con la cual el otro, la madre, por ejemplo, acompaña y permite el proceso de maduración que llamamos integración. El bebé, el infans es, en tanto es sostenido. Recordemos que para Winnicott el bebé no existe sin otro que lo asista. No hay bebé sin objeto materno.
Alguien debe cuidar a ese ser en ese estado primitivo de indefensión. El holding alude a un estado de disponibilidad constante de atención hacia otro necesitado de cuidados para su continuidad existencial. Podemos también evocar aquí a Bion cuando nos habla de la función de reverie, ese estado de ensoñación materna que permite la comprensión, la significación y la metabolización de afectos y sensaciones no comprendidas por el infans y que, al traducirlos, puede devolverlos como contenidos asimilables para el funcionamiento psíquico temprano.
Para Bion la condición indispensable para el desarrollo del aparato para pensar pensamientos, y también para aprender de la experiencia, es la presencia de una figura materna primaria capaz de contener. Una madre capaz de reverie es una madre que digiere lo intolerable y no-asimilable de la experiencia del infante, hasta que puedan ser metabolizables por la joven mente del infans.
La mente pensante se forma a través de la introyección que hace el bebé de la actividad de ambos participantes de la interacción, de ambos participantes de la dupla. La mente, entonces, se forma y se modela en un contexto interpersonal.
La capacidad de ajuste mutuo entre una madre y su bebé es un factor crucial en el desarrollo. A través de la empatía, ella es capaz de identificar las necesidades y afectos del bebé y de ajustarse a ellas, y de modular las experiencias emocionales de ese bebé. Al responder adecuadamente, la madre ayuda a su hijo a descubrir sus necesidades. Para Bion la internalización gradual de este proceso es la base de la capacidad de pensar. A este proceso lo llama mentalización.
Estas experiencias irán creando el sentimiento del self, dado que el self solo puede ser consciente de sí mismo si se aprende a sí mismo a través de la experiencia. Una madre incapaz de reverie obliga al bebé a desarrollar una identificación proyectiva patológica, que no se dirige a obtener clarificación por parte de su madre, sino que solo busca deshacerse de sensaciones displacenteras, solo busca evacuarlas. La incapacidad de la madre de utilizar su función alfa con el bebé deja al infans con la sensación de que su experiencia no tiene sentido. Para Bion, un ser humano privado de la capacidad de entender al otro está condenado a no poder entender su entorno social.
Como bien plantea Juan del Olmo, la continuidad existencial representa la organización de las experiencias que irán solventando el desarrollo de los procesos de maduración, que resultarán en una configuración estable del self y del yo. La integración, la personalización y la realización nombran aquellos trabajos psíquicos a través de los cuales se constituye un cuerpo, (una temática central en Leonor) a través de los cuales se constituye una subjetividad, una subjetividad que puede entonces, y recién entonces, habitar ese cuerpo, y permite también concebir un mundo en el que es posible vivir.
Winnicott nos habla de la oposición entre los bebés sostenidos y los dejados caer, entre el cuidado de un bebé con una vivencia precaria, siempre al borde de no existir; y su ausencia, que lo precipita a las agonías primitivas sin nombre, a las angustias catastróficas.
Si se ha logrado mantener una continuidad preservando al infans de intrusiones, el ambiente aparece silencioso, calmo, habitable, dejándose crear y manipular por él; pero si la continuidad se ve asediada por intrusiones insistentes, el self sucumbe a vivencias de angustias impensables, al terror sin nombre al decir de Bion. En su lugar, surgirá un falso self, un self reactivo, defensivo, que aportará esa sensación de extrañeza, anonimato e inautenticidad del que nos habla Leonor.
Rodrigo nos cuenta que ella siente una profunda barrera con ella misma y con los demás, que la limita a la hora de expresarse, que se siente incapaz de expresar correctamente quién es ella, y que cuando se muestra cómo es o cómo quiere que sea la relación con los demás, tiene la sensación de que todo se derrumba. Carente de las claves para entender todo esto que le ocurre, en el proceso terapéutico comienza un trabajo arduo para construirse y construir un puente con el Otro.
Rodrigo se pregunta, con gran ironía si la “crisis adolescente” existe. Y nos sugiere que estamos ante el sufrimiento de una paciente que no solo tiene fallos en su constitución narcisista, sino que, además, no ha tramitado la metamorfosis adolescente.
Sabemos que la adolescencia es un momento clave en el desarrollo de todo ser humano. Es el momento de las resignificaciones, de las nuevas ediciones, de dejar de ser la sombra hablada de lo que fue, al decir de Piera Aulagnier, para abrirse a nuevos destinos y nuevas significaciones. Uno de los trabajos de reorganización psíquica centrales que se lleva a cabo en la adolescencia es la de poner en memoria y en historia el propio pasado, y que el Yo debe construir una nueva trama histórica y al mismo tiempo ser construido por esa trama. Para que esto pueda desplegarse es imprescindible que el joven adolescente pueda deasirse de la autoridad parental, como bien nos señala Freud, para iniciar su proceso de exogamización.
El Yo ocupa un lugar central en el pensamiento de Piera, porque es el área a través de la cual se hace posible el acceso al conocimiento del mundo intrapsíquico y de la realidad externa. No olvidemos que la historia del Yo se va construyendo con la historia que tiene y ha tenido en la relación con sus objetos.
Pero ¿qué ocurre en aquellos casos en que han fallado las funciones parentales y el Yo ha sufrido fallos en su estructuración narcisista? El exceso de sufrimiento en los primeros años de vida da lugar a afectos de terror, de fractura o estupefacción que impiden el normal desarrollo del Yo infantil. Aulagnier enfatiza que, ante la imposibilidad de dar cuenta de su dolor, el sujeto mismo atribuirá esos fallos a su propia mente, y creerá que la vida es en sí sufrimiento. De aquí que la función del analista sea la de posibilitar el acceso a una figuración hablada, simbólica y simbolizante, que permita nombrar lo innombrable y abrir el camino a la historización, que lo preserve y lo salve del ensimismamiento y el estupor autodestructivo.
Asfixiados en esa prisión en la que estos pacientes viven, sin posibilidad de otros contactos, muchas veces tienen que aliarse con esos mismos objetos para sobrevivir. El resultado paradójico es que terminan dependiendo de quienes lo quieren aniquilar. Por eso Leonor vive en una batalla permanente, que nunca termina de ganar ni de perder. Lucha con su débil identidad para acceder a un espacio que le permita cierto protagonismo personal, con el temor permanente de ser arrasada por una realidad que no comprende.
Para Piera Aulagnier los fallos en la estructuración narcisista del Yo son siempre el resultado de hechos reales, vividos por el sujeto en los primeros tiempos, nunca son solamente fantasías, y el análisis debe consistir en el acceso a la transformación de esas creencias infantiles y en la aproximación a la verdadera historia.
Es necesario que la mirada pensante del analista pueda hacerse palabra, que pueda construir y proponer una figuración hablada de escenas padecidas por agresiones sin sentido. El analista tendrá que construir, junto con su paciente, un discurso compartido que de sentido a sus vivencias terroríficas y despersonalizantes. Estos pacientes necesitan acceder a la continuidad temporal, significar su origen, revivir la relación con sus objetos primeros, encontrar un sentido a lo pensado y a lo vivido. Ligar lo que es a lo que fue y proyectar al futuro un devenir y encontrar, en el curso de su existencia, esa parte personal e intransferible que le permita reconocerse como individuo. A partir del hallazgo y la preservación de este eje yoico, se hará́ posible el cambio, la búsqueda de lo nuevo, que es el carácter y la condición de estar vivo.
Piera Aulagnier nos invita a que pensemos que las problemáticas de estos pacientes no son, ni una detención del desarrollo ni una represión que no se instauró, sino el esforzado trabajo del Yo para construir una historia en la que el sujeto tenga algún protagonismo.
El analista, gracias a una escucha catectizante, puede transmitir al paciente, con toda autenticidad, que sabe y comprende sus sufrimientos; que reconoce y nombra los fallos de sus objetos primarios para poder liberarlo del crimen que se le imputó al afirmar que lo que veía y experimentaba era solo una creación de su mente enferma, sin relación alguna con la realidad. Recordemos que Leonor, cuando recuerda su infancia solo encuentra recuerdos malos, miedos, vergüenza y culpa.
Rodrigo pone énfasis en señalar que Leonor no cuenta con las claves para interpretar el deseo del Otro, que no hay en ella una construcción de su historia, que la vive solitariamente, pero con la ilusión de que esto no sea así. Nos habla de un cuerpo deslibidinizado, de una persona desconectada de sí misma y de los demás, autoexigente, desvitalizada, cansada y falta de energía. Nos habla de un superyó tiránico que la acusa y la castiga constantemente, nos habla de un superyó exigente y cruel que parece encarnar la voz crítica no sólo de sus padres sino también de los otros significativos.
La infancia de Leonor estuvo marcada por el temor de hacer las cosas mal y por el temor a perder el amor de su madre, y que sus hermanos, profesores y compañeros solo destacaban sus defectos. Bajo la falsa esperanza de ser amada por su ideal, Leonor parece estar repitiendo un vínculo mortífero de sometimiento. El único refugio posible lo encuentra en intentar ser quién no es. Así es cómo ella se define, como lo que no es, como el negativo de una foto, como el alter ego y antítesis de su hermana.
Rodrigo entiende que el trabajo analítico debe consistir en ofrecerle la oportunidad de construir un espacio en el que ella pueda construir una nueva forma de interpretar el mundo y a los demás, y que ello le permita desligarse del sometimiento a una aceptación ajena ya que, según ella entiende, sólo depende de los otros.
Pero es una tarea en la que Leonor no está sola. Winnicott traza un claro paralelismo entre el holding materno y la actitud y disponibilidad que debe asumir el terapeuta. Se trataría, entonces, de sostener, de hacer de soporte, de acompañar al sujeto que se siente atravesado, interrumpido e interceptado por su sufrimiento. El nuevo espejo que ahora encarna Rodrigo le permite a Leonor encontrar un espacio donde ciertos afectos pueden ser nombrados, donde ciertos enunciados pueden ser puntuados, donde ciertas situaciones y ciertos fallos pueden ser denunciados, donde alguien puede poner palabras, apalabrando su dolor, como diría Salamovitz cuando habla de las enfermedades del silencio que componen gran parte de nuestra clínica actual, es decir alojando el dolor mental, metabolizándolo, y poniéndole aquellas palabras que permitan construir pensamientos.
Decía anteriormente que, para Bion, la mente pensante es formada a través de la introyección que hace un bebé de la actividad de ambos participantes de la interacción, de ambos participantes de la dupla, donde los procesos de mentalización solo pueden producirse en un contexto interpersonal. Y es lo que Leonor encuentra en Rodrigo y en el espacio terapéutico que le ofrece.
Soy consciente que Rodrigo y yo leemos a Leonor desde premisas teóricas diferentes y hasta podría decir divergentes, – y es lo que enriquece la clínica – pero convergen en lo esencial, en esa manera singular y única de propiciar el encuentro inter-subjetivo que ofrece el diálogo analítico, un encuentro que permite que emerja y se constituya lo propio y auténtico de cada sujeto.
Decía al inicio de esta presentación que Leonor formula un pedido en clave transferencial: “necesito personas en mi vida que me hagan sentir segura y valorada”. Ciertamente Rodrigo ha podido ofrecerle a su paciente otro espejo en el cual mirarse, un espejo en el cual ha sido capaz de mirase y ser mirada para existir. Rodrigo le ha ofrecido una mente pensante capaz de dotar de nuevos sentidos y nuevas significaciones al sufrimiento de Leonor.
Tanto es así, que, aunque el proceso analítico aún continúa ella misma puede ahora afirmar: “Siento que mi cuerpo se une con mi yo, siento que están unidos”, “el otro no me molesta, tengo más control y me siento identificada con mis gestos y con mi imagen”, “me siento más cómoda con lo que soy”, “el presente puedo vivirlo”.
Es decir, finalmente, Leonor, fue encontrada.