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PARENTALIDAD Y JUEGO. REFLEXIONES CLÍNICAS

PARENTALIDAD Y JUEGO. REFLEXIONES CLÍNICAS

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Parentalidad y juego

Como especialistas en psicoterapia analítica con niños manejamos con facilidad el lenguaje del juego y sabemos que las dificultades graves se dan cuando éste está ausente. Mucho se ha escrito sobre todo ello poniendo el foco en los niños, pero ¿qué sabemos del papel que tiene el juego de los padres y las madres o su ausencia en las patologías actuales de los hijos asociadas el desborde pulsional?

El juego en los adultos de hoy

Si bien es cierto que evolutivamente hablando con la llegada a la vida adulta se renuncia al juego tal y como se desarrolla durante la infancia queda un resto que se aprecia, entre otras cosas, en el juego con los pensamientos y las palabras. Esto en el mejor de los casos, es decir, en los casos en los que el adulto haya podido jugar en su infancia. También existen aspectos en la sociedad actual (acelerada y centrada en la productividad, el consumismo y el éxito) que influyen en el hecho de que se le quite importancia al juego hoy en día. Esto resulta ser paradójico pues a la vez nos encontramos en la época en la que más atención se da a la infancia y más prácticas lúdicas se han incorporado en comparación con otras generaciones. Como resultado de la interacción de estos aspectos nos encontramos con la renuncia de lo lúdico en la sociedad, en el mundo adulto, y por ende, en los padres.

Es posible que en las primeras entrevistas realicemos entrevistas vinculares con padres e hijos, y nos encontremos con dificultades para armar un juego compartido. Hasta ahora se viene señalando este déficit en los niños, pequeños pacientes como indicador de su psique, pero ¿y si ponemos el foco en los padres ante ese déficit? Si miramos para ese lado de la diada, se puede decir que nos encontramos con una imposibilidad por parte de algunos padres para descubrir, introducir, favorecer y asegurar el juego de sus hijos, así como para jugar con ellos. Son padres que pueden favorecer la palabra en lugar del juego, surgen entonces comentarios del tipo “cuéntale a la psicóloga lo que le pasó hoy…” o “¿le contamos que hoy en el colegio…?” De esta manera, se impide el juego, y es impidiendo a los hijos jugar que se les priva del deseo de ser adulto, deseo prínceps que rige el juego para Freud.

Los padres y el juego

Los padres de hoy en día son hijos del modelo de crianza disciplinario, hijos que por lo general no vivieron la experiencia lúdica con sus padres. Como bien sabemos, ser padres está directamente relacionado con los padres que se tuvieron y el hijo/niño que se fue, entonces, ¿cómo construir la experiencia lúdica hoy con sus hijos, siendo ellos ahora padres, no habiéndola vivido antes?

La cuestión se complejiza si se piensa en los padres de hoy como sujetos de su época. ¿Cómo jugar con los hijos estando inmersos en una sociedad centrada en la productividad, cuestión tan opuesta a la esencia misma del juego, actividad placentera en sí misma?

A los padres de hoy, implícitamente se les pide que asuman la función limitante a la vez que la lúdica. Pareciese entonces que existe una dificultad en asumir conjuntamente la función normativa y lúdica por parte de los padres de hoy en día.

Viñetas clínicas

Veamos un par de viñetas que la clínica me ha proporcionado y en las que se aprecian las dificultades de los padres para jugar con sus hijos.

Pablo acude a consulta preocupado por los problemas de conducta de su hijo Mario de 12 años. Mario ha tenido varios episodios de agresividad en casa, especialmente con su padre, pero no únicamente. En una entrevista conjunta Mario quiere jugar al parchís con su padre, éste tras las dudas iniciales, accede. La primera vez que juegan en el espacio terapéutico se evidencia el temor del padre a ganar a su hijo (se deja comer, no come…). En otro encuentro posterior el hijo hace tímidos intentos para jugar (mira el tablero, lo señala…), pero el padre no acepta la propuesta y bloquea el juego. Con la frase “venimos a hablar” queda clausurada la posibilidad de jugar juntos.

Como decía, las dificultades de los padres respecto al juego de los hijos y con los hijos se hacen evidentes también en su discurso: desde el típico comentario que hace alusión a que su hijo viene a jugar (donde se recoge meramente el aspecto lúdico del juego y se niega el valor simbólico y comunicativo del mismo) hasta relatos sobre escenas cotidianas con sus hijos. Este fue el caso de Luis, un joven padre que hablaba de cómo era la relación con su hijo de 8 años. “Cuando llego del trabajo estoy cansado, agobiado y me saturo con las cosas de casa, el bebé… Además, Pedro quiere jugar a pelea de machos…”. Menciona que esos supuestos juegos se cortan cuando él no quiere seguir, se cansa, pero también verbaliza que ese momento coincide con que su hijo le hace daño. Es decir, para el padre se pierde el como si del juego, deja de ser un juego de peleas y pasa a ser una pelea, “al final te doy una hostia. Nunca se la doy, pero se la debería dar”.

En situaciones como las mostradas en las viñetas se aprecian las dificultades por parte de los padres para la confrontación con el hijo en el juego. Sabemos que uno de los rasgos característicos predominantes de la parentalidad de hoy en día es el hecho de que los padres quieren ser maravillosos para sus hijos. Desde esta asunción del ejercicio de la parentalidad se complica la tarea fundamental de la confrontación generacional que no solo se da en la adolescencia. Es en etapas anteriores en las que esta tarea se va abordando y vuelve con la fuerza de la adolescencia. Los padres maravillosos de hoy en día, los que acuden a consulta, no toleran confrontar ni ser confrontados por sus hijos en estas diferentes etapas ni jugando, podríamos decir, “ni en broma”, e impiden que sus hijos se sientan capaces, cuestión básica para afrontar la vida adulta.

El juego es la actividad por excelencia mediante la cual nos humanizamos. Se necesita de un adulto para que el niño juegue y se introduzca en el mundo lúdico y adulto. Hoy en día, los hijos necesitan de padres que puedan jugar, también jugar “a las peleas”, jugar la rivalidad y la agresividad, solo de esa forma, se evita que la pelea sea real y se ayuda a los hijos a crecer y ser adultos.

Nuria Sánchez-Grande
Psicóloga psicoterapeuta
Miembro de la comisión directiva de AECPNA


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