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VIOLENCIA FILIOPARENTAL (III). LA PARENTALIDAD: DE FRÁGIL A RESISTENTE

VIOLENCIA FILIOPARENTAL (III). LA PARENTALIDAD: DE FRÁGIL A RESISTENTE

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Violencia filioparental y psicoanálisis

En anteriores entradas en el blog presentaba la violencia filioparental y la paradoja de su uso en las relaciones familiares. Hoy nos adentramos en la intervención, centrándonos en el trabajo con los padres y dejando a un lado el tratamiento de los hijos* dado que existe abundante biografía sobre ello.

El trabajo con los padres

El trabajo con padres que han sufrido violencia por parte de sus hijos es una tarea delicada, complicada, pero muy recomendable. Construir un espacio de intervención con ellos, libre de acusaciones y abierto a la reflexión sobre lo que sucede con su hijo, puede ser parte de la solución.

Sabemos que la adolescencia del hijo no deja indiferente a los padres y su papel en esta etapa es crucial. Según cómo ellos vivan el crecimiento del hijo pueden facilitar o dificultar las tareas psíquicas que el adolescente debe afrontar. Además, la adolescencia del hijo conlleva la resignificación de sus propias vivencias como hijos adolescentes y como adultos que envejecen.

Forma parte de nuestra tarea con los padres ayudarles a que puedan ejercer sus funciones parentales sin buscar revancha o sometimiento. Es necesario contenerles emocionalmente para que ellos, a su vez, puedan contener a su hijo. Esta contención busca que los padres sobrevivan, en el sentido winnicotiano, a la confrontación generacional y no proyecten su malestar. Si el trabajo con ellos funciona podrán escuchar y comprender a su hijo más allá de la pelea, del oposicionismo, del victimismo y llegar a un verdadero encuentro con él.

El drama de su hijo

Es importante que los padres entiendan que su hijo con su conducta les está comunicando, como malamente puede, la terrible crisis por la que está pasando. A través de la violencia, de la acción, intenta tramitar angustias edípicas y de fragilidad inconscientes. Por lo general, su identidad es frágil y negativa. La propia dinámica con los padres les permite sostener otra, en apariencia más fuerte. Su violencia le ofrece otra identidad, como si dijera: “soy fuerte, me tienes miedo, no soy tu niño, el niño que dices. Soy un hombre fuerte”. Además, la violencia y el posterior castigo, o intento, calma su sentimiento de culpa inconsciente por querer separarse y salir al mundo con deseos propios y diferentes a los de sus padres.

Lo que la violencia silencia

La urgencia y la gravedad de lo vivido son intentos inconscientes de silenciar los duelos y trabajos psíquicos del proceso adolescente. Cuando el nivel de tensión y conflicto se va reduciendo se pueden apreciar las dificultades para tramitar la adolescencia (tanto en el hijo como en los padres) y el doloroso proceso de desasimiento parental. Ni los padres ni el hijo soportan no ser maravillosos. Reaccionan con rabia ante cualquier decepción o fragilidad del otro. La vulnerabilidad, propia y ajena, es vivida como una ofensa personal, como le pasaba a un joven que se enfurecía con su madre si lloraba. Freud nos advertía, “el carácter perecedero de lo bello y perfecto” podía producir “rebeldía contra esa pretendida fatalidad” (1915).

Cuando hablar no es pelear ¿De qué hablan los padres?

Cuando escuchamos a los padres más allá de la violencia hablan de otras preocupaciones, no tan evidentes, que su hijo adolescente les despierta. Entre ellas, la sexualidad de sus hijos: “¡las chicas de su edad tienen novio!”, “no queremos que tenga relaciones fuera del matrimonio” o “no sabemos si le gustan los chicos o las chicas, ¡quizás los dos!”.

También, hablan del dolor narcisista por la pérdida del hijo ideal de la infancia y de lo complicado que es la exogamia: “de pequeño era tan guapo –mira una foto”, “cuando dejé de sentarme con él a estudiar empezó a suspender, ¡antes aprobábamos!”, “la culpa de todo la tienen esos amigos con los que se va. No me gustan nada”, “Ya no conocemos a sus amigos. Antes sí”, “¿Ya no vas con tu amigo Juan? Él te daba buenos consejos”.

Viejos fantasmas

La adolescencia del hijo también conlleva la llegada de viejos fantasmas relacionados con las historias personales de los padres. En esos momentos las repeticiones, que eran inconscientes en la interacción con su hijo, se hacen evidentes: “es igual que mi hermano, un jeta que todavía no ha sentado la cabeza”, “a mí, mi madre también me pegaba. No me dejaba salir con la gente de mi edad”, “me recuerda tanto a mí y a la relación con mi madre. ¡No la soporto!” o “a mí mis padres no me apoyaban, no sé de qué se queja”. Desvelar estas vivencias, estos recuerdos, en un contexto sin prejuicios permite que los padres tomen conciencia de que se trata de historias diferentes. De este modo, se desanudan historias y el hijo podrá empezar a armar la suya propia.

Construir lo destruido en un terreno más firme.  

Lo más importante a recalcar, para terminar, es que “la tarea psicoanalítica apunta a ayudar a la diferenciación, es decir la separación” entre sus miembros (Sigal de Rosenberg, A.M., 1995). Tarea que es la que más temen y más terrores despierta en las familias que sufren violencia filioparental. Además, en los casos en los que desgraciadamente se incurre en un delito, éste viene a alimentar la fantasía de que el futuro será negro para ellos y la separación fracasa.

Es fundamental poder contener las angustias de los miembros de la familia, además de trabajar la violencia y las dinámicas de poder para “construir todo lo que la guerra ha destruido, quizás en terreno más firme y con mayor perennidad” (Freud, S., 1915).

Bibliografía

Freud, S. (1915) “Lo perecedero”. Biblioteca Nueva.
Sigal de Rosenberg, A. M. (comp) (1995). “El lugar de los padres en el psicoanálisis de niños”. Lugar Editorial.
Winnicott, D. (1971). “Realidad y juego”. Gedisa.

*Se menciona padres e hijos como genérico, pero hace referencia también a madres e hijas.

Nuria Sánchez-Grande
Psicóloga y psicoterapeuta acreditada por FEAP
Miembro de la comisión directiva de AECPNA


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