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EL SUJETO BAJO EL IMPERIO DE LAS ETIQUETAS DIAGNÓSTICAS*

EL SUJETO BAJO EL IMPERIO DE LAS ETIQUETAS DIAGNÓSTICAS*

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El sujeto bajo el imperio de las etiquetas diagnósticas

Esta presentación articula elementos que están propuestos en el título. Por una parte: el sujeto, ¿a qué tipo de sujeto nos dirigimos?; segundo: el diagnóstico, ¿qué lugar ocupa el diagnóstico? por último, apunta a ese estatuto de sumergido/bajo del sujeto actual en un empuje al diagnóstico como una etiqueta.

Un poco de historia: A mediados del siglo XX se instala la primera piedra de lo que será un cambio paradigmático en el modo de comprender, tratar y abordar la subjetividad. Es entre 1948 y 1952 que se instauran las primeras clasificaciones universales de enfermedad mental. Los ya famosos CIE de la OMS y DSM de la APA se posicionan de manera discreta con un nuevo lenguaje que poco a poco inundará toda relación humana. Pero no será hasta 1980 donde opera lo que se ha llamado “un cambio de paradigma”. Con el DSM-III (1980) comenzará un uso a escala global, con la impronta de la cientificidad, abogando a un hipotético sustrato biológico y un tratamiento fundamentalmente farmacológico.

La evolución de las clasificaciones universales decantan en el último y más controvertido de todos sus manuales, el DSM-5 (2013), que ha sido catalogado como la mayor “polémica jamás vista en ningún libro científico publicado hasta el momento”.

Este impulso clasificatorio, tan propio de la tradición judeo-cristiana (Dios nombra y crea y el hombre luego se dedica a clasificar la creación divina), en lo que refiere a la mal llamada “salud mental”, tiene particularidades interesantes que se recubren bajo el paragua de una ciencia que ha demostrado no ser más que una ideología. Por poner sólo un ejemplo, hoy a partir del DSM-5 el duelo por la muerte de un familiar puede ser un indicador para diagnosticar una depresión. Ni la tristeza humana propia de una desgracia, escapa a las garras de la clasificación, en un intento enloquecido de nominar y delimitar todo campo subjetivo, patologizando la vida cotidiana.

La pregunta que nos guía, es ¿por qué este problema le interesa al psicoanálisis? ¿Dónde queda el sujeto?

Para el psicoanálisis el sujeto está dividido entre lo que dice y lo que sabe que le pasa, que está –como diría Freud- “en otra escena”. En este sentido el sujeto y su posición sintomática es pura anormalidad, no hay un punto de equilibrio externo al cual converger, por ello, la nominación diagnóstica no puede ofrecer una referencia última que responda a ese sufrimiento. Pongamos un ejemplo, la definición de “soy adicto” evidencia el problema de la búsqueda de una representación globalizante que enuncie el SER desde la adicción. Esa definición intenta dar cuenta de una posición que señale un modo de gozar bajo la etiqueta diagnóstica ¿A dónde apunta ese diagnóstico de dependencia a sustancias?, no dice nada del sujeto que estaría “tomado/capturado” por la droga. La pregunta para el psicoanálisis es siempre por el sujeto no por la sustancia.

En este sentido, el diagnóstico psicoanalítico es una descripción de la posición de un sujeto de lo inconsciente. Un sujeto construido por cadenas discursivas que a momentos se repliegan, desvanecen y se obstruyen, el sujeto aparece allí donde el discurso cojea. Es un sujeto deseante adscrito a un modo de gozar único e irrepetible que desconoce y muchas veces lo atormenta.

El diagnostico por el cual no orientamos busca resolver las preguntas esenciales de la clínica, qué, cómo, cuándo, por qué y para qué, es decir, “de qué sufre/goza (síntoma); cómo y dónde (coyuntura, contexto y trama); por qué sufre/goza de eso y no de otra cosa (elección del síntoma conforme a la historia subjetiva), para qué le sirve ese síntoma del que se queja y goza.

La teoría psicoanalítica construida siempre a partir de una clínica particular revisa los fenómenos clínicos desde nuevas aristas, otorgando un estatuto revelador del padecer a ciertos conceptos claves que nos permiten darle profundidad a las descripciones psicopatológicas de la Psiquiatría. Podríamos sintetizarlo como la búsqueda fundamentalmente del estatuto que adquiere el síntoma como portadora de una verdad, el fantasma (fantasía) como sostenedora del síntoma, y la angustia como el afecto privilegiado de lo traumático, que no deja de insistir.

Develar estos elementos supone responder a la propuesta contemporánea de la etiqueta y clasificación desmedida que no hace otra cosa que perder la dignidad de lo humano, reconocer en el sufrimiento una expresión única ante lo cual no existen recetas estándar.

El Psicoanálisis viene a otorgar un lugar a ese sufrimiento por fuera de la clasificación, no en contra ni a favor, si no pese a la clasificación. Ofrece una respuesta diferente donde alojar esa singularidad más allá de toda identidad y entidad diagnóstica. Es por este motivo que siendo herederos de la visión adelantada de Freud y Lacan debemos contemplar los efectos del imperio actual y calcular los movimientos que reconozcan y aseguren la emergencia de un sujeto donde no se lo espera.

*Breve síntesis de la Conferencia Inaugural del Curso 2020/21 pronunciada en AECPNA el 17 de octubre de 2020

Rodrigo Bilbao R.
Supervisor UNIPSI Psicología – Doctor U. Complutense Madrid
Psicoanalista

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