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Número 18

In Memoriam

Roberto Fernández

Por Roberto Longhi Tartaglia

Querido amigo, pensar que hace menos de un año estábamos escribiendo el prólogo de un libro de psicoanálisis y hoy me toca escribirte un breve epílogo a una vida compartida.

O sea, recordarte “pasarte otra vez por mi corazón”. Cuántas veces hemos escuchado, leído, que somos seres en estado de permanente despedida y que fraguamos nuestra subjetividad a través de sucesivas pérdidas y duelos, pero qué difíciles se hacen las despedidas y cuánto duelen los duelos.

Hoy toca despedirme de “vos”, querido amigo, compañero de un camino que juntos recorrimos rodeados de libros, de pensamientos, de risas y de charlas de fútbol en alguna pizzería de Madrid que en ese momento, estando ajuntados, era territorio argentino. Cenas que siempre cerrabas con un café doble solo que decías, nunca te impedía dormir.

Recuerdo los encuentros en tu casa, rodeados siempre de esos libros, adicción que sin duda compartíamos, tú me decías que había bibliómanos y bibliófilos, que los primeros compran y acumulan compulsivamente libros, pero no los leen y los segundos que aman los libros y los leen, no para conocer más o para conocer algo sino para siempre descubrir, nosotros éramos una mezcla de ambos perfiles.

Hoy la casa queda para ellos, es de ellos y tal vez siempre lo fue y eso nos recuerda lo que siempre supimos: que aquí solo estamos de visita.

No puedo más que imaginarte en el paraíso de Borges, un paraíso en forma de biblioteca universal donde podrás leer para siempre.

En algún lugar leí -y esto te va a gustar- que “el pensamiento será estéril sin la presencia de Eros, que es necesario haber sido un amigo, un amante para poder pensar”, y es cierto, porque los sentimientos, los afectos y el cuerpo, tú lo sabías muy bien, están sosteniendo a Logos, y éste carece de vigor sin el poder de Eros. Ese Eros estaba presente en ti, como analista, como supervisor, como docente, como amigo, como padre, como amante, por eso instaurabas en todo vinculo que inaugurabas no un lugar sino una presencia, no un decir, sino una irradiación, y esa irradiación siempre era alegría, la base de toda tu ética.

Qué difícil, qué difícil es, querido amigo, atravesar la dura roca de la castración y colocarse en estado de despedida, aceptar la impermanencia, la finitud, la muerte, pero ¡¿qué digo?! si nada se pierde y las personas que merecen ser pensadas nunca mueren, sé que ahí afuera no hay nada, pero tu ausencia instaura ahora una profunda presencia en nosotros, quienes ahora te recordamos, te sentimos, te pasamos por el corazón, te cantamos porque el amor es siempre coral, como a ti te gustaba.

Dice el poeta español, Juan Carlos Mestre, algo así como que todos los libros están llenos de palabras y todas las palabras llenas de historias y éstas llenas de finales y los finales llenos de abrazos y éstos llenos de misterios y los misterios llenos de ojos.

Con estas palabras, querido Roberto, te abrazo a ti en nombre de todos los que te hemos conocido y te queremos, te abrazamos en ese misterio donde ahora habitas. No pude llevarte flores ni llorarte en tu Buenos Aires querido, a cambio te regalo este manojito de palabras que te envío desde tu patria adoptiva. Te veo en esa fuente misteriosa buscando un zapato, como te vi en un sueño muchos años atrás, en donde alguien me decía que estabas ahí porque habías muerto pero no es verdad, estás flotando en el tiempo y para siempre en nuestros corazones, formando parte de nuestros más queridos objetos del self inmortales.

Sigue leyendo y escribiendo, ya nada ni nadie te interrumpirá y tal vez descubras al lado de esa fuente de aquel sueño que encontrar el zapato era saber que ya no necesitabas encontrar nada en los libros y que ahora, al fin, lo sabes todo y esto es un nuevo principio.

“Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir,
y al fin andar sin pensamiento”.

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