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CLÍNICA ACTUAL Y TRASTORNOS ALIMENTARIOS

CLÍNICA ACTUAL Y TRASTORNOS ALIMENTARIOS

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Trastornos de conducta alimentaria y psicoanálisis - trastornos alimentarios

Últimamente podemos encontrar muchos artículos de colegas psicoanalistas que intentan abordar la clínica actual y el lugar que en ella ocupan los llamados trastornos alimentarios.

Mientras escribo este artículo veo insertado perfectamente en la librería un DSM que parece decir ¿por qué te complicas?, simplemente sigue mis categorías diagnósticas, reduce tus dudas con mi saber clasificatorio.

Como un adolescente en rebeldía intento pensar puntos de diferencia que hagan que la clínica psicoanalítica no se reduzca a esa clínica descriptiva que orienta poco con respecto al saber cómo trabajar con nuestros pacientes, y encuentro tres: el encuadre estructural, la transferencia como eje esencial del trabajo psicoanalítico y la singularidad del caso. Consiguiendo así un paso que no es menor, el de sustraer el trastorno alimentario de su falsa universalidad para ser nuevamente interrogado en su función específica para el sujeto, a la luz de su relación con la estructura y el propio modo de goce. El psicoanálisis enmarca el síntoma como un intento de tratamiento, como una solución que el sujeto ha encontrado para hacer frente a algo insoportable que invade su vida en un momento determinado.

Pero la epidemia anoréxico-bulímica nos hace reconocer que aquí la persona a veces parece sentirse engullida por su solución. Una paciente manifestaba en sesión: “Cuando vomito me como el mundo”. La misma sensación la describía posteriormente como algo insoportable, “no puedo más, esto es más fuerte que yo”.

Escuchar frases como la enunciada anteriormente nos lleva a pensar que en los trastornos de la alimentación algo más debe estar sucediendo cuando el sujeto es absorbido y devorado precisamente por aquello que había encontrado como solución a su malestar. Y es que para las personas, alimentarse siempre ha sido mucho más que el acto de ingerir sustancias destinadas a recuperar las energías gastadas por el organismo en su actividad diaria. Hay algo más, existe toda una complejidad propia de los conflictos humanos por eso es importante huir de reducir la causa a la captura en los ideales de belleza de la época, aun cuando estos puedan ejercer influencia al respecto.

Podemos incluir la anorexia y demás trastornos alimentarios en los denominados nuevos síntomas; esto nos llevará a pensar en modalidades de intervención diferentes porque no se prestan en general a ser tratados en la modalidad del síntoma neurótico desplegado en un análisis tradicional.

Esta idea ya ha sido introducida desde hace muchos años en los ambientes psicoanalíticos dentro del trabajo institucional. Cada vez más la clínica contemporánea se nos presenta como una clínica del exceso de goce y menos como una clínica del deseo y la falta.

El neurótico se siente un sujeto enfermo, viene para sentirse mejor, hay algo que no funciona y no logra entender. El síntoma se constituye como un verdadero enigma ¿Qué quiere decir esto que me pasa? Es gracias a poder dar respuesta a esta pregunta que una persona acude a consulta. En las nuevas formas del síntoma la percepción de enfermedad está explicada muy precariamente. Del síntoma neurótico, el sujeto se queja, sufre, pero el síntoma contemporáneo, sobre todo en su inicio como mencioné anteriormente con las palabras de mi paciente, se presenta como un feliz remedio, una solución: “Me como el mundo”.

Encontramos otra distinción que ya plantea dificultades desde la primera entrevista. A diferencia del síntoma neurótico clásico, histérico u obsesivo, que divide al sujeto en su ser, las nuevas formas del síntoma lo que traerán es un no participar, un no poner sobre la mesa, el paciente se presentará como un individuo indiviso, unificado, escucharemos en esa primera sesión a alguien que forma una unidad con el propio síntoma, no admitiendo la falta, lo parcial, porque participar, poner palabra, formar parte, nos separa. Laura de 32 años en su primera entrevista clínica dirá: “Desde luego, si acaso es que tuviese problemas, no los contaría a nadie. Con la comida los he reprimido. No quiero hablar del tema del peso porque cuando lo pienso me viene una y otra vez tienes que perder, tienes que perder…”.

El síntoma contemporáneo adquiere la forma de un síntoma sin demanda o con una demanda débil. El sujeto-paciente pareciera no pedir nada al Otro, más bien angustiarlo. Como analista, cuando he comentado esta impresión con otros compañeros, la sensación más admitida es la de quedarnos atornillados a nuestros sillones, sin posibilidad de emplear el lenguaje porque estos pacientes inyectan una anestesia al carácter metafórico del mismo.

Queda patente en estas sesiones lo difícil que es entrar en una relación efectiva de trabajo analítico, por encontrarnos con ese rechazo del inconsciente o del Otro, núcleo estructural de las nuevas formas del síntoma.

Con estos pacientes asistimos a una demanda muda y a través del cuerpo, al modo de un circuito automovilístico cerrado donde el piloto ha perdido la conexión con el equipo (Otro) dando vueltas sin sentido. Esta dimensión salpica a la transferencia restringiendo su dinámica, aplanándola en una dimensión más bien imaginaria. Esta cuestión da pistas en la dirección de la cura donde la función del analista sería restablecer esa comunicación que permita construir una ruta para el sujeto. Recuerdo a Marta una adolescente que en sesión decía: “Cuando me fijo en personas de mi edad yo no me veo a mí, es como si no encontrara a nadie que te refleje, después de salir de las sesiones no me pesa tanto ser distinta”.

Es de gran ayuda incluir en nuestro trabajo con estos pacientes el Otro familiar, adentrarnos en la estructura de la familia como discurso. Poder tener entrevistas de trabajo con los padres porque el trastorno alimentario, en muchas personas, pone de relieve la separación entre el síntoma y su función metafórica.

La práctica clínica con niños y adolescentes nos muestra la importancia, para que no se interrumpan los tratamientos, de hacer sitio a la palabra de los padres. No nos sorprenderá encontrarnos en estas entrevistas que los vínculos familiares en la clínica de las patologías alimentarias se presentan, mayoritariamente bajo la forma de vínculos narcisistas-especulares, donde nos será muy difícil reducir goce, de modo que a nuestro paciente no le sea tan costoso ir ocupando un lugar propio, porque su mirada encontrará dificultades para reconocerse como otro respecto de la identidad narcisista que le ha sido asignada en el vínculo familiar. Rebeca de 14 años decía en una sesión: “La imagen que das es lo que eres. Me siento mal si hablo de mi peso porque creo que estoy ocupando mucho tiempo en la sesión, en casa se han comido mucho mis emociones”. A esta hija le costaba encontrar sitio en el vínculo familiar en cuanto sujeto de deseo. En casos como este, donde el tratamiento será para nuestro paciente un límite a mantener y cuidar de la intrusión paterna, la intervención con la familia parece ser contraindicada. Mi recomendación para estos casos es preservar el espacio de los padres derivándolos a un colega que pueda trabajar con la pareja de padres, otorgándoles un sitio para entender y hablar de lo que sientan cuando el hijo o hija por el que consultan empiece a hacer pequeños pero importantes movimientos hacia una mayor subjetivación de la propia posición.

No hay que olvidar que en los tratamientos siempre tendremos que tener presente la singularidad de la persona que nos consulta y el estilo propio de cada profesional. Puede que haber descrito en este texto algunos rasgos propios del síntoma contemporáneo nos pueda servir de reflexión al encuentro de estos pacientes y su palabra, ayudarles con nuestra escucha al modo de la brújula del capitán Jack Sparrow que aunque rota siempre apunta a la dirección del deseo.

Elena Traissac
Psicóloga clínica. Psicoanalista
Miembro de la comisión directiva y docente de AECPNA


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