La reflexión freudiana a propósito de los llamados “dispositivos reguladores” (Einrichtungen…zu regeln) viene solicitando nuestra atención desde hace largo tiempo tanto a partir de lo revelado por nuestra experiencia profesional e institucional de psicoanalistas y de docentes como a través de las repetidas lecturas de la obra de Freud, Lacan y de algunos otros autores que acompañan las investigaciones y las discusiones preparatorias de nuestros escritos.
En el punzante cuestionamiento freudiano, nos parece importante subrayar ante todo la influencia de la Primera y, más aún, de la Segunda Guerra Mundial. El supuesto pesimismo de Freud resulta plenamente justificado por lo que revela ese momento histórico en el que el desarrollo del antisemitismo y el advenimiento del nazismo exponen a la humanidad al riesgo de “desregulación” más extremo.
Por otra parte, las ilusiones concebidas por las generaciones de postguerra en cuanto a la posibilidad de un “¡Eso nunca más!” parecen hoy desmentidas por lo que revela la mirada sobre la actualidad global del planeta…
El retorno y la insistencia1 del cuestionamiento planteado por los “dispositivos reguladores” no son sin duda ajenos a los efectos de la visión del mundo (Weltanschauung), tal como ella se impone actualmente a través de la omnipresencia de la imagen – televisión, cine, computadoras… – y también gracias a los nuevos medios de información y de comunicación masivas – teléfonos móviles, redes sociales…
El punto de partida de nuestro diálogo se sitúa en el pasaje del Porvenir de una ilusión2 que analizamos brevemente a continuación. Freud escribe El porvenir de una ilusión en 1927, es decir dos años antes de escribir El malestar en la cultura. Tiene entonces 71 años. Desde el punto de vista político, el año 1927 marca en Austria el fortalecimiento del nacional socialismo y el consiguiente debilitamiento de la democracia que llevarían a la implantación del gobierno pro-nazi.
“La cultura humana – me refiero a todo aquello en lo cual la vida humana se ha elevado por encima de sus condiciones animales y se distingue de la vida animal (y omito diferenciar cultura y civilización) – muestra al observador, según es notorio, dos aspectos. Por un lado, abarca todo el saber y el poder-hacer que los hombres han adquirido para gobernar las fuerzas de la naturaleza y arrancarle bienes que satisfagan sus necesidades; por el otro, comprende todas las normas3 necesarias para regular4 los vínculos recíprocos entre los hombres y, en particular, la distribución de los bienes asequibles. Esas dos orientaciones de la cultura5 no son independientes entre sí; en primer lugar, porque los vínculos recíprocos entre los seres humanos son profundamente influidos por la medida de la satisfacción pulsional que los bienes existentes hacen posible; y, en segundo lugar, porque el ser humano individual puede relacionarse con otro como un bien él mismo, si este explota su fuerza de trabajo o lo toma como objeto sexual; pero además, en tercer lugar, porque todo individuo humano es virtualmente un enemigo de la cultura, que, empero, está destinada a ser un interés humano universal.”6
Este corto pasaje del Porvenir de una ilusión deja particularmente en evidencia el carácter paradojal de los “dispositivos reguladores”, esas creaciones humanas en las que se funda la existencia de toda cultura. La capacidad de protegerse de la naturaleza y, al mismo tiempo,
de explotarla colectivamente con el fin de obtener de ella lo necesario para vivir permite que los seres humanos sobrevivan como especie únicamente si ella se acompaña de la existencia de dispositivos capaces de regular las relaciones de los hombres entre sí. Pero estos dispositivos indispensables para regular los vínculos entre los hombres implican una renuncia pulsional que despierta en cada ser humano el más profundo rechazo de los mismos y los vuelve, en cierta medida, imposibles.
SK: Es sabido que, como producto de necesidades sociales y en su intento por rescatar la posibilidad de convivencia entre los individuos, cada cultura elabora reglas que limitan. Parecería que, dentro de la maraña de relaciones humanas, algo ensombreciera, bloqueara y hasta destruyera el efecto de las mismas.
“Por qué – se pregunta Freud – los individuospueblos en rigor se menosprecian, se odian, se aborrecen y aún en épocas de paz y cada nación a todas las otras? Es bastante enigmático. Yo no sé decirlo. Es como si, al reunirse una multitud, por no decir unos millones de hombres, todas las adquisiciones éticas de los individuos se esfumasen y no restasen sino las actitudes anímicas más primitivas, arcaicas y brutales.”1
¿Es que el animal humano, que es capaz de inventar formas de autorregulación complejas, está realmente imposibilitado de cumplirlas?
LT: Lo que dices evoca en primer lugar las palabras de Freud en su Prólogo al libro “Juventud descarriada” de August Aichhorn, escritas en 1925: “Tempranamente había hecho mío el chiste sobre los tres oficios imposibles que son: educar, curar, gobernar (Erziehen, Kurieren, Regieren) –, aunque me empeñé sumamente en la segunda de esas
tareas.”2
¿El carácter “imposible” de estas tareas sería acaso nada más que un ”chiste” freudiano?
SK: No pareciera serlo.
LT: Es verdad. La respuesta que da Freud a la pregunta “por qué es tan difícil para los humanos conseguir la dicha” en el siguiente pasaje de su célebre Malestar en la cultura no deja el menor lugar a dudas:
“Ya dimos la respuesta cuando señalamos las tres fuentes de que proviene nuestro penar: la hiperpotencia de la naturaleza, la fragilidad de nuestro cuerpo y la insuficiencia de las normas
(Unzulänglichkeit der Einrichtungen) que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad.”3
Pero, afirma Freud, si los humanos son capaces de aceptar sin dificultad lo invencible de la fuerza de la naturaleza desencadenada, así como su propia fragilidad ante la misma, ellos se niegan rotundamente a admitir la insuficiencia de la tercera fuente de su penar, los dispositivos reguladores, que son su propia creación. Y, en cambio, culpan de ella a la civilización, contra la cual desarrollan una “asombrosa hostilidad”… Todo sería, pues, culpa de la civilización… Para defender esta creencia, los hombres parecen hacer suyo el conocido – y discutible – postulado de Rousseau, “el hombre es naturalmente bueno”4…
SK: No es de extrañar que el ser humano, que es capaz de increíbles actos de solidaridad, reniegue de este otro aspecto de su constitución, al que considera abyecto, ya que, por una parte, contiene su ser animal y, por otra, la maravilla de ser humano y su capacidad para sublimar. En el animal humano se vuelven congénitas las experiencias de su especie. « Su propia herencia arcaica correspondería a los instintos de los animales, aunque su alcance y contenido fueran diversos.», dice Freud.5
Dante AIighieri describe en la “Divina Comedia” su visión de esta escisión al presentar los reinos de ultratumba con Lucifer en el fondo del abismo infernal. Allí llegaban los pecadores de bestialidad (violentos), de malicia (engañadores) y de incontinencia (los que no han sabido frenar los instintos). En el Paraíso, en cambio, estaban los que habían mostrado disposiciones para el bien: virtudes como prudencia, fortaleza y justicia. Vemos cómo tanto los pecados como las virtudes a que alude Dante se refieren a lo que mencionabas antes, Lya, lo que Freud nombra como « los vínculos recíprocos entre los hombres ».
LT: En efecto. La razón humana es una instancia tardía y frágil si se la compara con la sólida estructura del inconsciente: el genio de Freud reconoce en esto el poder de las pasiones sobre los intereses racionales…
Y no es de extrañar que el genio del Dante lo haya llevado a su vez a privilegiar, justamente, en su descripción del “más allá de la muerte”, el peso de los vínculos recíprocos entre los hombres subrayando de este modo que quienes hubieran violado o desconocido los “dispositivos reguladores” serían condenados al infierno por la eternidad, mientras que quienes los hubieran respetado conocerían la paz y la felicidad eternas…
Pero si nos detenemos en la respuesta que da Freud a la pregunta “por qué es tan difícil para los humanos conseguir la dicha”, formulada anteriormente, encontramos, citada en segundo término, la fragilidad de nuestro cuerpo. Freud utiliza el término Hilflosigkeit, que en alemán designa literalmente la condición o el estado de quien se halla privado de socorro.6
Es precisamente esta fragilidad la que evoca magistralmente Shakespeare poniendo en boca de Pericles, cuando éste contempla la niña recién nacida en los brazos de su madre, la célebre exclamación “Poor inch of Nature!”, retomada por Freud.7 Shakespeare subraya de este modo el estado de desamparo específico del ser humano, que resulta del largo período de fragilidad del infans8 y determina su extrema dependencia del adulto – particularmente de su madre.
El estado de desamparo y sus consecuencias constituyen una de las razones más poderosas entre las que impulsan a los humanos a vivir juntos. Vivir juntos, vale decir literalmente: ligados, atados, bajo el mismo yugo9…
Sin embargo, las exigencias del “vivir juntos” despiertan en el hombre la hostilidad más feroz hacia aquel otro que le es más cercano, más próximo: su prójimo.
Lacan transformará esta ferocidad – en francés, férocité – en frérocité, neologismo que da cuenta, a través del juego de palabras entre frère – hermano – y férocité – ferocidad –, del odio fraterno provocado por los celos, tal como es destacado en el ejemplo bíblico de Caín y Abel.
La precocidad de los celos, de la rivalidad, del odio hacia el “otro como yo”, Lacan la destaca particularmente a través de dos conocidos ejemplos. Por un lado, el del famoso texto de San Agustín “Vidi ego zelantem parvulum…”: “Vi con mis propios ojos […] a un pequeñito presa de celos. Aún no hablaba y ya contemplaba, pálido, con la mirada envenenada, su hermano de leche.”10 Por otro lado, el no menos famoso ejemplo de una niñita – se trataba de su propia hija, Judith Lacan – que, a una edad en la que apenas controlaba su reciente adquisición de la marcha, anunciaba triunfalmente: “Yo le rompo la cabeza a Francis”11, al tiempo que blandía una piedra “de buen tamaño” sobre la cabeza de su pequeño compañero de juegos12.
Es, por último, también Lacan quien, siguiendo a Freud, subraya la función reguladora del segundo Mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, en tanto éste impone al sujeto la exigencia de reprimir el odio hacia el “otro como yo”. 13 Exigencia ciertamente desmedida,
tan indispensable como imposible de satisfacer para el ser humano, cuya capacidad para agredir, explotar, utilizar sexualmente, despojar, humillar, martirizar, matar… a su prójimo – recuerda Freud14 – lo hace merecedor de la célebre definición de Plauto, “Homo homini lupus”15. La pulsión, dice Freud, “nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena”, tal el demonio que, según las palabras del poeta, “acicatea, indomeñado, siempre hacia delante”.16
SK: En 1932, Freud respondía a una carta de Einstein, que se preguntaba el porqué de la guerra, en estos términos: “El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena, por así decirlo” 17. Si esto alude a una de las razones de nuestro penar, quisiera referirme a la primera que Freud menciona, o sea la hiperpotencia de la naturaleza, la cual es también razón, a su vez, del sentimiento de desamparo y la necesidad de unirse al otro, como mencionabas.
Esta naturaleza inmensa, poderosa e incomprensible, ha llevado al humano a buscar explicaciones diversas, creando teorías y mitos. A través de la magia, primero, intenta controlar los acontecimientos, cambiar las circunstancias adversas. Por indefensión, pero también por necesidad de regulación, nacen religiones y con ellas emblemas sacros, templos y también normas de convivencia.
Los mandamientos de las tres grandes religiones monoteístas – judaísmo, cristianismo, islamismo – coinciden en tres tipos de mandatos. El primero es creer y adorar a Dios. Luego otros de orden moral respecto a la familia y la sociedad. O sea que las religiones han tomado a su cargo la “imposible” tarea de normativizar la conducta humana.
Freud explica el lugar de la religión, diciendo: “Desde el punto de vista biológico, la religiosidad se reconduce al largo período de desvalimiento y de necesidad de auxilio en que se encuentra la criatura humana que, si más tarde discierne su abandono efectivo y su debilidad frente a los grandes poderes de la vida, siente su situación semejante a la que tuvo en la niñez y procura desmentir su desconsuelo mediante la renovación regresiva de los poderes protectores infantiles”18
Un año más tarde, dice que las religiones “pudieron imponer la renuncia absoluta al placer en la vida a cambio del resarcimiento en una existencia futura; pero por esta vía no lograron derrotar al principio del placer”19.
LT: En efecto. Podríamos decir que no hay regulador que valga para la pulsión de destrucción, el poder del narcisismo, los celos, la envidia, el odio del “otro como yo”… La desaparición, a lo largo de la Historia, de tantas grandes civilizaciones humanas parece demostrarlo.
Pero si las religiones “no lograron derrotar al principio del placer” y, más aún, si motivaron y continúan motivando odio y guerras, ellas mostraron ser, en todos los tiempos, uno de los dispositivos reguladores más poderosos y duraderos de los vínculos recíprocos entre los humanos.
En 1974, Lacan decía, no sin cierta dosis de ironía: “Lo real, por poco que la ciencia ponga lo suyo, va a extenderse, y la religión tendrá allí muchas razones para apaciguar los corazones. […] Va a ser necesario que a todas las perturbaciones que va a introducir la ciencia, les den un sentido. Y en eso del sentido, conocen un montón. Son capaces de darle un sentido verdaderamente a cualquier cosa. Un sentido a la vida humana, por ejemplo. Están formados para eso. […] La religión está hecha para eso, para curar a los hombres, es decir, para que ellos no se den cuenta de lo que no marcha.”20
Dante, la Biblia, San Agustín, Plauto, Shakespeare, Goethe, Freud, Lacan… y seguramente muchos otros nos muestran que el odio del “otro como yo” acompaña la historia de la civilización humana entera.
Esto invita a interrogarse sobre el origen de los dispositivos reguladores: ¿cómo, donde, cuando surgieron?, ¿qué formas y qué lugar tomaron estos dispositivos a lo largo del proceso civilizatorio?
SK: Estas son realmente grandes interrogantes. Los relatos de la antigüedad nos muestran cómo se fueron creando tabúes, teorías y mitos que están en la base de la posterior experiencia religiosa. Dice Freud que “los primeros sistemas penales de la humanidad se remontan al
tabú”21.
El significado del tabú es doble: por un lado es lo sagrado, por el otro es lo prohibido. Freud lo designaría como “horror sagrado”. 22 Cita a Wundt, quien, en su Volkerpsychologie, se refiere al tabú como al código legal no escrito más antiguo de la humanidad. Sería más antiguo aún que las religiones.
Las metas del tabú tienen por objetivo la protección del individuo y la sociedad y, a partir de la creencia en poderes demoníacos, estaría en la base del desarrollo posterior de normas y leyes. El temor a esas fuerzas demoníacas impulsaría a la represión de las pulsiones, a la renuncia, provocando una orden interna de la conciencia moral que desencadena sentimientos de enorme temor a castigos terroríficos.
La religión viene a intentar colmar estas fuentes de desdicha humana que antes citabas: “la hiperpotencia de la naturaleza”, proponiendo una explicación sobre la creación y ofreciendo la figura de un Dios protector; “la fragilidad de nuestro cuerpo”, a través de la promesa de una vida después de la muerte y la “insuficiencia de las normas (Unzulänglichkeit der Einrichtungen) que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad”, planteando rígidas normas que, de no cumplirse, traerían como consecuencia el castigo eterno.
Más allá de la religión, los intentos sociales de la justicia, el derecho, la educación, resultan al fin ímprobos esfuerzos por regular las relaciones entre los humanos.
“Toda vez que la comunidad suprime el reproche, cesa también la sofocación de los malos apetitos, y los hombres cometen actos de crueldad, de perfidia, de traición y de rudeza que se habían creído incompatibles con su nivel cultural.”23
Desde nuestro lugar en la clínica no cesamos de escuchar el dolor, el sufrimiento irremediable de esta lucha constante del ser escindido, sin olvidar nuestra propia escisión y nuestra impotencia.
LT: De todo lo que dices, Susana, parece desprenderse que el origen – en sentido estricto – de los dispositivos reguladores no puede establecerse sino en tanto mítico y directamente ligado al pasaje de la animalidad a la humanización. Esto permite comprender la necesidad para Freud de pensarlo a partir de Totem y tabú.
Allí demuestra que el pasaje de la animalidad la humanización está determinado por el reconocimiento de pertenencia a la especie humana y, por consiguiente, por la inscripción de cada ser humano en un lugar específico en relación con los otros, en tanto perteneciente a una generación y a una familia. Es porque se reconoce a sí mismo y reconoce al semejante en tanto miembro – o no miembro – de tal familia, en tanto hijo o hija de tal padre y tal madre, en tanto hermano o hermana de tal hermano o hermana que cada uno se reconoce humano. El pasaje de la animalidad a la humanidad implica necesariamente la entrada en el lenguaje y con ella, la posibilidad de dar nombre. O para resumirlo según las palabras del psicoanalista Pierre Legendre: “No alcanza con fabricar carne humana: es necesario además instituirla.”24
Podríamos decir entonces que, tal como lo muestra Freud en Totem y tabú, la institución de la humanidad es lo que vuelve indispensable la creación de los primeros dispositivos reguladores:
la prohibición de matar al prójimo y la prohibición del incesto.
Quisiera añadir que esto que hemos estadodesarrollando en nuestro diálogo a propósito del odio que inspiran los reguladores me parece aportar elementos esenciales para comprender la naturaleza de lo que suele retornar, a veces con extrema violencia, en los conflictos relacionados con temas tales como el de la patria, la raza, el extranjero, el otro sexo…
SK: Parecería que retornara regresivamente el “perverso polimorfo”25 infantil, “perverso” por no-normativo y “polimorfo” por la abundancia pluralidad de formas que la conducta agresiva adquiere. Cuando la pulsión se ve enfrentada a la ley, a la cultura, a la norma, puede provocar un sentimiento de impotencia que se resuelve en estallido de violencia. Inmersos como hoy nos encontramos en una cultura de la inmediatez, de exigencias consumistas, de dependencia y culto a la imagen, la violencia social desencadena sentimientos ambivalentes de desamparo y rabia que hacen que la ferocidad pulsional se desate. Reaparece entonces el odio primordial con sus desastrosas consecuencias.
LT: Me gustaría terminar con un ejemplo clínico que me parece condensar muchos de los caminos que hemos ido recorriendo aquí. Se trata de un sueño aportado como material analítico por F., músico profesional integrante de una importante formación orquestal en París.
Habiendo terminado un ensayo en un Auditorio de la capital, F. se dirige a la salida del edificio para regresar a su casa. Pero apenas franqueado el umbral, queda “paralizado” por el espectáculo que se le ofrece en el exterior: “una enorme bola humana que bloquea completamente el paso”. Los hombres que forman esta bola “se sujetan” unos a otros con el fin de evitar ser golpeados por los otros con los puños. Pero cuando consiguen liberar momentáneamente un brazo, se ponen a
golpear frenéticamente a sus vecinos hasta que éstos logran volver a sujetarlos. Aquellos que, del exterior, se acercan para intentar detener los golpes son inmediatamente atrapados y “pegados” a la bola…Para evitar ser “atrapado por la bola”, F. regresa al Auditorio esperando poder encontrar otra salida…
No se trata aquí de dar cuenta del trabajo analítico desarrollado a partir de este sueño, sino de destacar brevemente algunos aspectos de la interpretación del mismo que conciernen
particularmente nuestro tema. El más importante de estos aspectos es que, como resultado del análisis, la metáfora de la “bola humana” revela ser la expresión de los efectos de inmediatez – y por consiguiente, de desregulación – provocados por la imagen en tanto abolición ilusoria de la distancia y de la falta.
El significante “pegar” juega aquí con su doble significado de abolición de la distancia – “quedar pegado”, no separado, indiferenciado – y de manifestación no regulada de agresividad hacia el semejante – golpear. F. asocia este punto con su propia ambivalencia – su “uso y abuso” – ante los noticieros, que critica pero mira asiduamente en la televisión y en su móvil. Los medios, comenta, “eligen lo que atrae, puesto que de esto depende su existencia en la sociedad actual”. Sin reguladores, el goce del que mira lo “pega” a lo que ve.
La alternativa sublimatoria – su práctica orquestal, el Auditorio, lugar privilegiado de regulación – aparece en el sueño como refugio, pero no como solución definitiva de las dificultades de la vida de F. en el mundo exterior, para las que espera, en el análisis, “poder encontrar otra salida”.
SK: Evidentemente, no ser “atrapado por la bola” es el reclamo, el grito silencioso que nosotros, como analistas, nos vemos obligados a escuchar, a no desoír. Por eso es que estamos hoy reflexionando, dialogando, intentando hacer trabajar la articulación entre lo que acontece en el mundo y lo que es capaz – o no – el ser humano de hacer al respecto en tanto esclavo de su dolorosa escisión.